martes, 27 de agosto de 2013

El Sentimiento Romántico


-¿Recuerda el sombrero que me puse para la fiesta al aire libre de lady Hilstone? Claro que no, pero es usted muy amable fingiendo lo contrario. Bien: me lo hizo ella de nada. Todos los buenos sombreros están hechos de nada.
-Como todas las buenas reputaciones, Gladys -le interrumpió Lord Henry-. Cada efecto que uno produce le crea un enemigo. Para conseguir la popularidad, hay que ser mediocre.
-No en el caso de las mujeres -dijo la duquesa agitando la cabeza-; y las mujeres gobiernan el mundo. Te aseguro que no soportan a los mediocres. Nosotras las mujeres, como dice alguien, amamos con los oídos, igual que vosotros los hombres amáis con los ojos, si es que amáis alguna vez.
-Yo diría que apenas hacemos otra cosa -murmuró Dorian.
-En ese caso, señor Gray, usted nunca ama de verdad -dijo la duquesa con fingida tristeza.
-¡Mi querida Gladys! -exclamó Lord Henry-. ¿Cómo puedes decir eso? El sentimiento romántico se alimenta de la repetición, y la repetición convierte un apetito en arte. Además, cada vez que se ama es la única vez que se ha amado nunca. La diversidad del objeto no altera la unicidad de la pasión. Tan sólo la intensifica. En el mejor de los casos, sólo podemos tener una experiencia en la vida, y el secreto es reproducirla con la mayor frecuencia posible.
-¿Incluso cuando se ha quedado herido por ella, Harry? -preguntó la duquesa después de una pausa.
-Sobretodo cuando uno ha quedado herido -respondió Lord Henry.
La duquesa se volvió a mirar a Dorian Gray con una curiosa expresión en los ojos.
-¿Qué dice usted a eso, señor Gray? -quiso saber. Dorian vaciló un momento. Luego echó la cabeza hacia atrás y rió.
-Siempre estoy de acuerdo con Harry, duquesa.
-Y, ¿le hace feliz su filosofía?
-La felicidad no ha sido nunca mi objetivo. ¿Quién quiere felicidad? Siempre he buscado el placer.
-¿Y lo ha encontrado, señor Gray?
-Con frecuencia. Con demasiada frecuencia.

                                                          El Retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde, 1890