lunes, 5 de octubre de 2015

La Pasión (II)

En realidad, ¡somos tan parecidos todos los animales! ¿Quién no ha vivido alguna vez ese mismo frenesí alegre y turbulento de las mantas gigantes? El amor pasional nos vuelve locos, nos hace saltar por los aires y desde luego nos empuja a comportarnos muy por encima de nosotros mismos, de nuestras posibilidades, de lo que en realidad somos. Salimos disparados de nuestra rutinaria vida submarina y de repente nos llegamos a creer bichos con alas.

Dura poco. Sí, ese periodo de feliz enajenación, de ímpetu febril y brioso entusiasmo, suele durar poco (y menos mal: es un estado anímico extremo imposible de soportar durante mucho tiempo). Y luego las cosas se calman, o cambian, o se pierden, o se rompen. Luego vuelves a ser mortal, y te sumerges en tu vida, y sientes de nuevo sobre ti el peso abrumador del mar del tiempo. Todo ese paroxismo puede no haber servido para nada; o quizá sí, quizá para una cópula de 90 segundos, quizá para que se forme un embrión, quizá para que el maldito huevo pueda crear otro huevo. Sí, de acuerdo; tal vez sólo seamos un mero instrumento para la ciega y tenaz perpetuación de la especie. Pero ¿saben qué? Mientras tanto, volamos. Y eso no nos lo puede quitar nadie.




                                        El Vuelo de Amor de la Mantarraya, Rosa Montero, 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario