martes, 28 de agosto de 2012
El Amor No Correspondido
No podía decir nada, todo era muy difícil, todo estaba lleno de peligros; había que cuidar especialmente las miradas, su mirada, que se posaba en ella, auscultadora y gozadora. Ah, en cada día, en cada hora podía descubrirse el secreto de su amor, y su penosa, angustiosa felicidad tener un término, quizá terrible.
Era ingrato vivir como él vivía: amado pero sin esperanza ni de ser correspondido, ni de una dicha lícita y duradera, ni de las sencillas expansiones a que sus amorosos deseos estaban acostumbrados hasta entonces; con los instintos siempre excitados y hambrientos, nunca saciados, y además en permanente peligro. Y, sin embargo, lo hacía y lo sufría, lo sufría de buen grado y, en el fondo, se sentía feliz sólo por tenerla cerca, por sentir su presencia.
Era necio y arduo, complicado y trabajoso, amar de esa manera, pero era maravilloso. Era maravillosa la tristeza oscuramente bella de aquel amor, su locura y su desesperanza; eran hermosas aquellas noches sin sueño llenas de cavilaciones y de temores del corazón; aquellos llantos en soledad; era hermoso y exquisito todo aquello.
En pocas semanas, aquel gesto de amargura por el amor no correspondido había nacido y se había asentado en su joven rostro; y sentía que él mismo se había convertido en otro individuo, mucho más viejo, no más inteligente, pero sí más experimentado; no más feliz, pero sí de alma más madura y más rica por aquel desamor. Había dejado de ser un muchacho.
Narciso y Goldmundo, Hermann Hesse, 1930
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