-¿Sueñas mucho?
-No. O por lo menos no me
acuerdo de los sueños.
-Yo sueño casi todas las
noches. Hay también distracción, hay el ensueño. Cuando me dejo llevar de él,
veo a veces la sombra de un gato en el suelo: más terrible que cualquier cosa
verdadera. Pero no hay nada peor que los sueños.
-¿Que cualquier cosa
verdadera?
-No tengo facha de sentir
remordimiento. En el crimen, lo difícil no es matar. Es no decaer. Ser más
fuerte que… lo que pasa en uno durante ese momento.
¿Amargura? Imposible juzgar
por el tono de voz, y Kyo no veía su semblante. En la soledad de la calle, el
estruendo ahogado de un auto lejano se perdió con el viento, cuya recaída
abandonó entre los olores alcanforados de la noche el perfume de los vegetales.
-Si no hubiese más que eso…
No. Es peor. Bestias.
Chen repitió:
-Bestias. Pulpos, sobre
todo. Y me acuerdo siempre.
Kyo, a pesar de los grandes
espacios de la noche, se sintió junto a él como si se encontrara en una
habitación cerrada.
-¿Hace mucho tiempo que dura
eso?
-Mucho. Tan lejano está como
puede alcanzar mi imaginación. Desde hace algún tiempo es menos frecuente. Y no
me acuerdo más que de… esas cosas. Detesto el recordar, en general. Y no
recuerdo: mi vida no está en el pasado; está delante de mí.
Silencio.
-Lo único que me da miedo
–miedo– es dormirme. Y me duermo todos los días.
Dieron las diez. Alguna
gente disputaba, con los breves chillidos chinos, en el fondo de la noche.
-O volverme loco. Esos
pulpos, de día y de noche, durante toda una vida… Y no se les mata nunca cuando
se está loco, al parecer… Nunca.
La Condición Humana, André Malraux, 1933