martes, 22 de octubre de 2013

La Música

-Señor Pablo -le dije; iba jugueteando con un bastoncito negro, delgado y con adornos de plata-. Usted es amigo de Hermine; esa es la razón por la cual yo me intereso en usted. Pero debo decirle que usted no me facilita la charla. Muchas ocasiones he tratado de conversar con usted sobre música; me hubiera gustado escuchar su opinión, sus contradicciones, su juicio; pero usted no ha querido darme ni siquiera la más mínima respuesta.
Me miró riendo, con cordialidad, y esta vez no calló, sino que dijo tranquilamente:
-¿Ve usted? A mi juicio de nada sirve hablar de música. Yo jamás hablo de eso. ¿Qué le hubiera contestado yo a sus palabras tan inteligentes y apropiadas? Usted tenía razón en todo lo que decía... Pero vea, yo soy músico, mas no culto, y no creo que tener razón hablando de música tenga algún valor. En música no se trata de que se tenga gusto y educación y todas esas cosas.
-Entonces, ¿de qué se trata?
-Se trata de hacer música, señor Haller, de hacer tanta música, tan buena y tan intensa como sea posible. Así es, monsieur. Si yo tengo en la cabeza todas las obras de Bach y de Haydn, y sé decir sobre ellas las cosas más juiciosas, con eso no se hace servicio a nadie. Pero si yo cojo mi tuba y toco un shimmy de moda, da igual si es bueno o malo, de seguro pone alegre a la gente, se mete en sus piernas y en su sangre. Sólo se trata de eso. Observe usted en un salón de baile los rostros en el instante en que la música se desata después de un largo descanso. ¡Cómo resplandecen los ojos, las piernas se ponen a temblar, empiezan a reír los rostros! Para esto se toca la música.
-Satisfecho -dije llanamente-. No obstante, no es posible poner al mismo nivel a Mozart y al último fox-trot y no es lo mismo que toque usted a la gente música sublime y eterna, o barata música de hoy.
Cuando Pablo notó la exaltación en mi voz puso de inmediato su rostro más fascinante, me pasó por la mano el brazo, acariciándome, y dio a su voz una dulzura hermosa.
-¡Ah, por supuesto, señor! Yo no tengo nada que decir al respecto de que usted posicione a Mozart, a Haydn, al fox-trot y al one-step en el lugar que guste. A mí me da lo mismo, yo no soy quien he de decidir en esto de los niveles, a mí no me deben preguntar sobre esto. Tal vez a Mozart lo sigan tocando dentro de cien años, y este fox-trot a lo mejor dentro de dos años ya no se toque. Pero nosotros los músicos tenemos que hacer lo nuestro, lo que conforma nuestro deber y nuestra obligación; debemos tocar lo que la gente pide a cada momento, y lo tenemos que tocar tan bien, tan admirable y seductoramente como sea posible.

                                                                  El Lobo Estepario, Hermann Hesse, 1927

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